por Juan Yilorm
Una crónica realizada para el portal En Estos días, Narrar la Patagonia; de la Fundación de Periodismo Patagónico. https://enestosdias.com.ar/cronica-al-sur-del-golpe/valdivia-11-de-septiembre
En Santiago se consuma el Golpe. A 850 kilómetros al sur, un Intendente regional, una radio comunitaria, un periódico recién nacido, resisten. Actos de valentía al borde del abismo.
El domingo 9 de septiembre de 1973, una multitudinaria concentración reunió a más de cinco mil asistentes colmando aposentadurías y pasillos del Coliseo Municipal de Valdivia. Fue una de las expresiones en las que con más fervor los manifestantes reiteraron su respaldo al presidente Allende y al programa de transformaciones que llevaba adelante.
Durante la marcha hacia al Coliseo, los manifestantes conocieron el primer ejemplar del tabloide El Regional –distribuido mano a mano- que con esfuerzo impresionante sacó a la luz pública el Partido Socialista. Con olor a tinta, el periódico prometía ser tribuna de la verdad.
Uno de los discursos más esperados del acto fue el pronunciado por el diputado Carlos Lorca Tobar, quien vino de urgencia a Valdivia el domingo 9 para intervenir ante el público e informar en un círculo más estrecho de la asonada golpista que se cernía amenazando a la democracia.
Para Lorca Tobar el golpe militar era incontrolable y estaba cerca.
Así lo recuerda Luis Díaz Bórquez, alcalde de Valdivia y miembro del colectivo direccional socialista:
-Carlos Lorca nos anunció, así en frío: “la semana próxima viene el Golpe”. A esa altura no había nada que hacer. Era evidente, no había ninguna capacidad militar como se cuenta, si había algo era menos que insignificante para oponerse a los que tenían decidido tomar el poder por las armas.
La noche del lunes 10 de septiembre, el Comité Regional Valdivia del Partido Socialista (PS) de Chile, se reunió en una de las salas de la Intendencia para analizar lo sucedido la jornada anterior. La reunión de la Dirección concluyó alrededor de las dos de la madrugada del día 11. En diversas direcciones, los asistentes enfilaron rumbo a sus hogares en busca de algunas horas de reposo, sin saber que la insurrección de las Fuerzas Armadas, liderada en ese instante por la Armada, ya había comenzado.
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No pasaron muchas horas hasta que varios dirigentes debieron regresar a la sede del Gobierno Provincial, donde ya se encontraba el Intendente Sandor Arancibia Valenzuela. Llegaron funcionarios de la repartición, algunos dirigentes de partidos de la Unidad Popular. Las noticias radiales confirmaban la gravedad de la situación. Emisoras de derecha con alcance nacional difundían los primeros bandos militares. El medio de comunicación del representante del Ejecutivo con Santiago era el Télex, recurso tecnológico primario para obtener información más orientadora frente a momentos tan álgidos. Los teléfonos estaban controlados o simplemente interrumpidos.
-Lo que hicimos fue reunirnos para tomar algunos cursos de acción. Era muy difícil ponerse de acuerdo en algo, las informaciones estaban cortadas. Era evidente también que no se había producido lo que nosotros esperábamos de que de alguna manera hubiera habido una división entre los sectores constitucionalistas de las Fuerzas Armadas y los golpistas que se impusieron por su natural formación jerárquica -explica el exalcalde Luis Díaz.
Desde las ventanas del salón principal de la Intendencia se observaban pocas personas en la Plaza de Armas, contrario a lo que siempre ocurría ante cualquier evento especial. Desde la Radio Camilo Henríquez, ubicada a cien metros de distancia, llegaba la información de que una patrulla de Carabineros dirigida por el Comisario, mayor René Quezada de la Plaza, ordenó al radio controlador Régulo Mayorga que la emisora debía plegarse a la cadena de las FF.AA. La advertencia fue practicada de modo enérgico y amenazante, con carabineros empuñando sus fusiles SIG-510.
El mando político del PS, más otros dirigentes de la Unidad Popular, decidió no acatar la orden dejada por Quezada, encomendándole al secretario regional del PS y Coordinador de la Unidad Popular Uldaricio Figueroa la tarea de dirigirse al pueblo de Valdivia, a través de las ondas de la emisora.
Me correspondió vía teléfono pedir pase a los estudios, era el encargado de Comunicaciones de la dirección regional y director de la emisora.
Régulo interrumpió la cadena con Radio Corporación de Santiago, cuyas torres momentos después fueron bombardeadas, y nos dio el pase. Emocionado, con voz entrecortada, presenté al compañero Uldaricio, dirigente fogueado, autodidacta y propietario de una gran capacidad oratoria. Su discurso tuvo palabras de rebeldía frente al golpe consumado, pero también fue responsablemente humano al pedir a los trabajadores que se mantuvieran en sus sitios de trabajo sin arriesgar sus vidas, concordando con lo dicho más tarde por el presidente Allende: “El Pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse, el Pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”.
Despedí la intervención de mi jefe político anunciando que la decisión del Partido Socialista, propietario de la Radio, era cerrar las transmisiones ante la certeza de ser obligados a sumarnos a la cadena obligatoria de las Fuerzas Armadas. La Radio del Pueblo, la Voz de los Trabajadores, como a diario se repetía en las transmisiones de la Camilo, calló para siempre esa mañana.
Al interior del edificio sede del gobierno provincial, el Dr. Sandor Arancibia Valenzuela designado Intendente de la provincia en enero del ‘73, permanecía en su lugar representando al presidente Allende. Temprano, al llegar a su lugar de trabajo, Sandor había emplazado al Comandante en Jefe de la IV División de Ejército, General Héctor Bravo Muñoz, exigiéndole explicaciones. Parte del diálogo lo describe en su libro “Agenda de un Intendente. El golpe de Estado en Valdivia”:
-Buenos días, Sr. General. Aquí el Intendente. Le llamo a raíz de las noticias alarmantes que informan de un golpe de Estado en la capital. Quisiera conocer las informaciones que usted posee.
-Buenos días, Sr. Intendente. No creo, según mis informaciones, que pueda hablarse de un golpe de Estado. Lo cierto es que las instituciones armadas a través de sus comandantes en jefe han decidido constituirse en Junta de Gobierno.
-Pero, General Bravo, en Chile hay un presidente de la República a quien Ud. como yo debemos obediencia. Cualquiera supuesta Junta de Gobierno no puede sino actuar al margen de la Constitución. Si Ud. respeta la Constitución no puede aceptar semejante atropello.
-Comprendo su razonamiento, Sr. Intendente, pero según mis informaciones el Presidente de la República ha sido depuesto de sus funciones y a las 7 de la mañana se ha instalado en Santiago una Junta de Gobierno de la cual yo dependo en este momento.
-Pero eso es imposible… ¿Qué es lo que Ud. piensa hacer?
-Tengo instrucciones precisas de asumir la Intendencia de la Provincia. Por el momento, yo envío hacia allá al coronel González para que asuma en mi nombre la Intendencia. Puede Ud. discutir con él todos los aspectos prácticos.
Bravo Muñoz, en la división “idealista” que se hacía desde los sectores del gobierno entre generales constitucionalistas o golpistas, aparecía en una postura neutra previa al golpe. Cercano a la Democracia Cristiana se decía. Su actuar el día 11 resultó ambiguo para muchos observadores. Sin embargo, fue un hecho cierto que las tropas de élite bajo su mando encaminaron sus pasos al día siguiente hacia la zona precordillerana, donde la represión tuvo una dimensión inmisericorde.
Desde su posición de máxima autoridad como jefe de Zona en Estado de Sitio, mandó a la cárcel al distinguido profesor Carlos Ibacache. ¿Delito? haberle enviado una respetuosa carta denunciando atropellos ocurridos desde las primeras horas del golpe. Uno de ellos, un allanamiento en la Escuela Normal donde ocho alumnas fueron desnudadas frente a un grupo de soldados y profesores.
A comienzos de octubre como Juez Militar, firmó las sentencias de muerte de doce personas acusadas del asalto inexistente al retén Neltume. A ello, se sumaron el crimen de Víctor Hugo Carreño, dirigente socialista de 22 años ocurrido al borde del río Cau-Cau; los fusilamientos de los jóvenes pobladores Pedro Fierro Pérez de 16 años, su hermano Juan Bautista de 17 y José Inostroza de 19; y las matanzas de campesinos en Chihuío y Liquiñe, todas bajo su mando omnipotente en la zona.
El tiempo corrió rápido esa mañana del martes 11, y el desenlace se produjo al interior de la sede de Gobierno. El Intendente recuerda en su libro que, a la espera del emisario del General, de pronto vio invadida sus oficinas por militares en tenida de combate con sus armas en ristre.
En ese momento, se enfrentó con el Comandante Feliú que venía al mando, quien procedió a notificarle: “Tiene Ud. que abandonar la Intendencia”.
Fue en aquel instante, 10:45 horas del 11 de septiembre, cuando hizo su entrada en la sala el Coronel Héctor González. Veinte minutos más tarde, el otrora representante del presidente Salvador Allende, Sandor Arancibia Valenzuela, abandonó el lugar rodeado de un pelotón de carabineros armados.
Desde la calle, algunos partidarios del gobierno derrocado, junto a un grupo de curiosos, observaron en silencio ese dramático desalojo. Rogers Delgado Sáez, presidente del Centro de Alumnos de la Escuela Industrial y dirigente de la Juventud Socialista, había ido al lugar preocupado por la suerte de Sandor:
-Vi salir al compañero muy emocionado, creo que lloraba entre los uniformados que lo rodeaban. Cerca de mí, Fernando Krauss, secretario regional del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) presenció lo que ocurría. Me dijo en un momento: “Mira flaco no hay nada qué hacer, los milicos están unidos, hemos perdido la batalla”.
Antes de las 13 horas del 11 de septiembre, en lo alto del edificio del Banco del Estado, frente a la Intendencia tomada por los insurrectos, era izada la bandera nacional a media asta con un crespón en señal de duelo. Un gesto rebelde y valiente de quien era el Agente de la sucursal, Alejandro Gallagher.
En Santiago, Salvador Allende había muerto en el Palacio de La Moneda, bombardeada desde aire y tierra. La historia lo recordará no sólo como un luchador social consecuente, sino también como un hombre que asumió con dignidad su adverso destino.
En Valdivia se sucedieron actos de esa misma valentía.
Sandor Arancibia debió exiliarse. Le conmutaron la pena de presidio perpetuo por la de extrañamiento. Hoy vive en el sur de Francia donde desarrolló una importante tarea como investigador y científico.
El agente del Banco del Estado, Gallagher, fue condenado a seis meses de prisión en Isla Teja por “ultraje a la bandera”, para luego ser exonerado de su empleo dos meses más tarde.
Krauss fue fusilado el 4 de octubre acusado de participar en el falso asalto al retén de carabineros en Neltume.
El tabloide El Regional nació y murió con el número 1 distribuído en la movilización del 9 de septiembre. Sus instalaciones fueron ocupadas como un regimiento por los militares.
La Radio Camilo Henríquez nunca más volvió al aire.